El otoño desnudó los árboles empujado por una lenta y dulce brisa, igual que un aguacero te desnuda en mitad de un prado, yace al silencio tuyo por unos segundos.

Se presenta el invierno en la montaña palentina, profundo y largo, te pueden acariciar las primeras nevadas a final de noviembre el rostro y la garganta, haciendo todas las aves un mismo compás con el soplo de un viento tenue, atravesando los bosques. El silencio despertar de las primeras nevadas siempre abre el corazón, cae muy lentamente sobre la corteza de robles, hayas y chopos, cubiertos ya por un musgo verde luminoso que, en contraste con el puro blanco, nos tenemos que pellizcar para pensar que solo nos acercamos al paraíso.

El cantar de los arroyos se desliza con un humilde rumor, salpicando las nevadas y haciéndolas suyas. Y ahora ya cuando el blanco te cubre los hombros y la cabeza, escapándose de un atardecer al borde de cualquier bosque, el caminar se vuelve más certero, sosegado, pisando sobre una nevada virgen el tiempo se detiene, el presente se hace profundo y la luz en este momento del día la hacemos nuestra empapándote el alma.

 

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